Opinión | El futuro digno de los trabajadores. Hacia la transición ecológica

Emilce Cuda | Dra. en Teología por la Pontificia Universidad Católica Argentina. Miembro del equipo internacional de investigadores del CERAS (Instituto Jesuita de París) para el proyecto El futuro del trabajo, el trabajo después de Laudato si’, OIT-Vaticano.

Lo que se termina es el empleo asalariado. El trabajo remunerado lo reemplazará. Eso requiere un cambio de percepción sobre la riqueza. La idea de que el trabajo solo puede concebirse como empleo asalariado en condiciones de explotación se ha naturalizado en función de una acumulación obscena de la renta.

A finales del siglo XX, la Organización Internacional de Trabajo (OIT) estableció como objetivo de lucha el “trabajo decente”. Sin embargo, la situación actual, según los datos de la misma OIT es: 190 millones de desempleados; 2000 millones de trabajadores en la economía informal; 300 millones de personas en la pobreza; y 3 millones de muertos por enfermedades de trabajo. Además, de acá al 2030 deben crearse 344 millones de puestos de trabajo sustentable. La encíclica social Laudato si’, denuncia la crisis ecológica y levanta la apuesta. Ahora, el objetivo urgente es “trabajo digno”.

Luchar por trabajo decente tuvo sentido en un contexto de pleno empleo. Hoy, la cuestión obrera no es solo la indecencia de las condiciones de trabajo -como lo denunciaba Rerum novarum a fines del siglo XIX-, sino también la imposibilidad de una vida humana digna. Los trabajadores explotados del pasado, hoy son trabajadores descartados, pero siguen siendo trabajadores. Quien no vive de la renta es un trabajador, empleado o desempleado, según la Teología del Pueblo hoy representada por el papa Francisco.

Si se le quita la condición de trabajador a los seres humanos, se les impide la dignidad. El trabajo es un derecho, no solo como medio económico de subsistencia. Es también, y principalmente, la vía por la cual el ser humano puede: manifestarse como tal, expresar su capacidad y su creatividad, y constituir su identidad en relación con otros, con la naturaleza, y con su creador.

Se cree que la causa del desempleo estructural es el avance tecnológico que reemplaza al trabajador por la máquina. Así lo creyeron, también, los trabajadores a comienzos de la Revolución Industrial y salieron a romper telares -tal como lo describe E.P. Thompson-. No es cierto. Que la máquina reemplace el trabajo humano en condiciones de explotación es bueno. El trabajador podría finalmente -como lo marca el libro del Génesis-, comenzar a trabajar de manera digna, cuidando la creación, multiplicando los bienes que el creador puso a su servicio. Lo hará con el sudor de su frente, pero de manera creativa y humanizadora. La tecnología puede ser una herramienta liberadora del cuerpo y del tiempo de los trabajadores -no así la tecnocracia-. Todo depende de un cambio cultural donde los procesos puestos en marcha, en el tiempo, sean superiores a los espacios ganados en la lucha política por la conquista del poder.

La causa del fin del trabajo no es el tecnología sino la acumulación obscena. Según muestra Thomas Piketty, en pocas décadas, el 10% de la humanidad concentrará el 90% de la renta mundial. Adam Smith mostró que el tiempo libre de unos es el trabajo de otros, sin embargo, en el siglo XXI, gracias al avance de la tecnología, todos pueden tener tiempo libre para trabajar de manera remunerada en aquello que les guste. El problema no es la pobreza, porque la renta crece exponencialmente. El problema es la percepción de la riqueza. Mientras la riqueza concentrada sea percibida como una bendición -como lo predica la teología de la prosperidad-, no será posible la transición ecológica. Del mismo modo, el problema no es el desempleo sino la percepción del trabajo como mercancía. Por eso Laudato si’ pone el acento en la persona del trabajador antes que en el trabajo.

¿Qué pasaría si se reemplaza “empleo asalariado en condiciones de explotación para unos pocos”, por “trabajo remunerado en condiciones creativas para todos”?

El futuro es esperanzador. El informe de la Comisión Mundial de la OIT para El futuro del trabajo, publicado el 22 de enero de 2019, afirma que con la transformación tecnológica se perderán tantos puesto como los que se crearan. El plan consiste en invertir en: capacitación y formación; organizaciones como sindicatos y movimientos sociales; y trabajo sustentable como economía verde y del cuidado. Para la Comisión Mundial de la OIT eso requiere: 1) de la creación de un “ecosistema eficaz de aprendizaje permanente” -tanto formal como informal-; 2) de establecer una remuneración como “garantía básica universal”.

El proceso está en marcha. A seis meses de la publicación del informe -y en el marco de los festejos de los 100 años de la OIT-, del 19 al 22 de mayo habrá una conferencia en la sede de la UNESCO, en París. El equipo internacional de investigadores que forma parte del programa OIT-Vaticano denominado El futuro del trabajo. El trabajo después de Laudato si’ -a cargo de Pierre Martinot-Lagarde SJ, abre el debate público para iniciar la transición ecológica en torno a otro modo de trabajo sustentable y digno. El Instituto Jesuita CERAS de Francia es quien convoca y coordina, sin embargo los expositores provienen de todo el mundo. Uno de los programas alternativos que se presentarán es argentino, y su exposición estará a cargo de otro jesuita, Mons. Lugones, presidente de la Pastoral Social argentina.

Esto último es también un signo de que el centro se está moviendo a la periferia. Sin embargo, no se trata, como se pensaba en los años 70′ y 80′ desde la Teología Latinoamericana de la Liberación, de un cambio inmediato de las estructuras. Se trata de iniciar un proceso cultural que permita percibir el trabajo remunerado en actividades creativas de cuidado como algo bueno para todos y para el planeta, de acuerdo con los 17 puntos de la Agenda 2030 para el Desarrollo sustentable de la ONU.

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Artículo publicado en Religión Digital.