Empleo en el mundo: ni pleno, ni de calidad

La mayoría de las personas empleadas en el mundo carece de condiciones de trabajo adecuadas para desarrollar una vida digna. De hecho, la reducción del paro se está logrando a costa de empeorar la calidad del empleo. De seguir así, el objetivo de desarrollo sostenible para 2030 número 8 relacionado con el trabajo decente será inalcanzable para muchos países.

Estas son algunas de las conclusiones del último informe de la Organización Internacional de Trabajo (OIT) “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2019”, en el que se afirma que “el principal problema de los mercados de trabajo en el mundo es el empleo de mala calidad”. “Tener empleo no siempre garantiza condiciones de vida dignas”, afirmó el director de Investigaciones de la OIT.

Los datos recopilados por la agencia tripartita (por dar cabida a gobiernos, empleadores y trabajadores) de Naciones Unidas reflejan la existencia de 700 millones de personas que viven en situación de pobreza extrema o moderada en el mundo, a pesar de tener empleo, de 360 millones de personas consideradas trabajadores familiares auxiliares, empleadas por una persona que vive en su mismo hogar, y 1.1000 millones de trabajadores por cuenta propia, a menudo en actividades de subsistencia. De los 3.300 millones de personas que componen la población ocupada mundial, la fuerza laboral global, unos 2.000 millones cuentan con un empleo informal.

La precariedad es una realidad para gran parte de la población mundial trabajadora, al tener que contentarse con empleos que no garantizan el bienestar material, la seguridad económica, la igualdad de oportunidades o el respeto a las normas fundamentales del trabajo. Es cierto que, en los últimos 30 años, la pobreza laboral se ha ido reduciendo, sobre todo, en los países con ingresos medios, aunque en los de ingreso bajo este descenso de la pobreza asociada al empleo no está siendo proporcional al aumento de puestos de trabajo.

Según las estimaciones de la OIT, en 2018 había 172 millones de personas desempleadas en el mundo, una tasa de desempleo del 5%. Si bien es igual a la registrada en el 2008, los expertos destacan que mientras que un año, de 2008 a 2009, el paro aumentó en más de medio punto porcentual (0.6%), han tenido que pasar nueve años para reducir la tasa de desempleo a los niveles anteriores a la última gran crisis económica mundial.

La advertencia es clara: si las condiciones económicas permanecen estables en muchos países la tasa de desempleo seguirá recortándose; si los riesgos macroeconómicos se concretan, en cambio, aumentará. De hecho, el aumento de la incertidumbre ya ha tenido impacto negativo en el mercado de trabajo de diversos países. Con todo, las previsiones de la OIT, a día de hoy, pasan por que en 2019 y 2020, la tasa de desempleo mundial se mantenga, lo que unido al crecimiento de la población activa, arrojará una cifra de personas desempleadas de 174 millones.

El análisis de la grandes magnitudes mundiales permite afirmar a los autores de este estudio que “en los países de ingreso bajo las relaciones de trabajo ni siquiera permiten estar a salvo de la pobreza”. Pero es que incluso en países con crecimiento económico, otras conquistas, como la formalidad, la protección social, la seguridad, la negociación colectiva, el respeto a las normas del trabajo y los derechos laborales siguen estando muy lejos de hacerse realidad.

Los expertos de la OIT, también advierten que algunos nuevos modelos empresariales asociados a las nuevas tecnologías suponen una amenaza para logros laborales, como la formalidad y seguridad en el empleo, la protección social y las normas de trabajo. Otra de las tendencias registradas afecta a los países de ingreso mediano alto, donde las tasas de desempleo han aumentado con la desaceleración económica, dejando a un alto porcentaje de la población activa expuesta a un mayor riesgo de pobreza.

La brecha de género persiste

La tasa de participación laboral femenina (mujeres de entre todas las personas ocupadas)  fue del 48% en 2018, muy inferior a la masculina, del 75%.  Tres de cada cinco de los 3.500 millones de integrantes de la fuerza de trabajo mundial eran varones. La reducción de la brecha experimentó una rápida mejora hasta el año 2003, pero luego se estancó. Los 27 puntos porcentuales de disparidad son considerados por la OIT como “alarmantes”, por lo que hace un llamamiento a impulsar medidas políticas destinadas a mejorar la igualdad de género en los mercados de trabajo del mundo y también a potenciar las capacidades de las personas. Pese a la dimensión mundial de la desigualdad entre mujeres y hombres en el mercado laboral, las mayores brechas se aprecian en los Estados Árabes y las subregiones de África del Norte y Asia Meridional.

El informe mundial también constata la reducción de la tasa de actividad de los adultos en los últimos 25 años, cada vez es menos el porcentaje de personas adultas que tienen empleo. La reducción es aún más pronunciada entre las personas jóvenes de entre 15 y 24 años. Hay factores positivos que influyen en esta tendencia, como la mayor tasa de escolarización, las mayores posibilidades de jubilación y la mayor esperanza de vida. Sin embargo, el aumento de la tasa de dependencia, el porcentaje de personas económicamente inactivas con respecto a las activas, plantea nuevos desafíos en términos de organización del trabajo y distribución de los recursos en la sociedad.

El trabajo decente es clave para la justicia social, dado que el empleo es la principal fuente de ingresos de la gran mayoría de los hogares del mundo y que la organización del trabajo tiene un impacto decisivo en la igualdad, la democracia, la sostenibilidad y la cohesión social. No por casualidad, el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 8 exhorta a la comunidad internacional a “promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos”. Las tendencias puestas de manifiesto obligan a los agentes económicos y sociales, a las instituciones del trabajo y a la sociedad civil, a los gobiernos y agencias supranacionales a revisar la eficacia de las medidas que defienden e impulsan y a redoblar y redirigir sus esfuerzos en la dirección adecuada.

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(Vía | José Luis PalaciosHOAC)

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