Francisco Javier Alonso | Portavoz de la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente y presidente de Justicia y Paz. Publicado en el semanario Alfa y Omega.
Hace 100 años que la Organización Internacional del Trabajo nacía. En estos 100 años la Iglesia ha reconocido en multitud de ocasiones los méritos de esta institución. La Iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente quiere asumir el mismo reconocimiento y comprometerse en la labor por el trabajo decente de la organización internacional, que nos apoyó desde el momento de nuestro nacimiento en España
Entre el 10 y el 21 de junio, la 108ª Conferencia Internacional del Trabajo se reúne en Ginebra para encontrar soluciones a los desafíos del futuro del mundo del trabajo y festejar el Centenario de la Organización Internacional del Trabajo. Se puede decir que celebra 100 años de insistencia en plantear propuestas que hagan avanzar la justicia social y la promoción del trabajo decente.
El reconocimiento de la Iglesia hacia la OIT es antiguo. En 1954, el papa Pío XII valoraba que desde su fundación en 1919 «la Organización Internacional del Trabajo no ha dejado a partir de entonces de responder cada vez en forma más adecuada a las esperanzas de los trabajadores y de todos los hombres sinceramente consagrados a la justicia».
En el 50 Aniversario de la OIT, en 1969, el papa Pablo VI, dirigía a la organización estas palabras:
«La Organización Internacional del Trabajo aparece hoy en el campo cerrado del mundo moderno en el que se enfrentan peligrosamente los intereses y las ideologías, como un camino abierto hacia un futuro mejor de la humanidad. Quizá más que ninguna otra institución, vosotros podéis contribuir a ello siguiendo siempre fieles, en la actividad y en la iniciativa, a vuestro ideal: la paz universal por la justicia social».
San Juan Pablo II, en la 68 sesión de la Conferencia Internacional del Trabajo, en 1982, expresaba:
«Deseo expresar, asimismo, mi estima por cada uno de ustedes, señoras y señores, y por las instituciones concretas, las organizaciones y las autoridades que ustedes representan aquí. Dado el carácter universal de la Organización Internacional del Trabajo, se me ofrece la oportunidad de rendir homenaje con la presente intervención a todos los grupos aquí representados, y de alabar el esfuerzo por el que cada uno de ellos tiende a desarrollar sus propias potencialidades a fin de realizar el bien común de todos sus miembros: hombres y mujeres, unidos de generación en generación en los diferentes puestos de trabajo».
El papa Francisco, en la 103ª reunión de la Conferencia internacional del trabajo de 2014, expresaba también su gratitud para la OIT:
«La Santa Sede expresa su aprecio por la contribución de la OIT en la defensa de la dignidad del trabajo humano en el contexto del desarrollo social y económico a través del debate y la cooperación entre los Gobiernos, los trabajadores y los empleadores. Esos esfuerzos están al servicio del bien común de la familia humana y promueven por doquier la dignidad de los trabajadores».
Con el papa Francisco podemos afirmar que vivimos un momento crucial de la historia económica y social, que presenta desafíos para el mundo entero. El desempleo y la precariedad están expandiendo de modo preocupante las fronteras de la pobreza.
Otro problema grave, correlativo con los precedentes, es el de la inmigración en masa. El notable número de hombres y mujeres obligados a buscar trabajo lejos de su patria es motivo de preocupación. Su esperanza de un futuro mejor encuentran frecuentemente incomprensión y exclusión, por no hablar de tragedias y desastres. Su situación los expone a ulteriores peligros, como el horror de la trata de seres humanos, el trabajo forzado y la reducción a la esclavitud.
Debemos superar la globalización de la indiferencia. Con el papa Francisco podemos añadir:
«Es también la hora de reforzar las formas existentes de cooperación y de establecer nuevos caminos para acrecentar la solidaridad. Esto requiere: un renovado compromiso en favor de la dignidad de toda persona; una realización más determinada de los estándares internacionales del trabajo; la planificación de un desarrollo focalizado en la persona humana como protagonista central y principal beneficiaria; una nueva valoración de las responsabilidades de las sociedades multinacionales en los países donde actúan, incluyendo los sectores de la gestión del provecho y de la inversión; y un esfuerzo coordinado para alentar a los Gobiernos a facilitar el desplazamiento de los migrantes en beneficio de todos, eliminando de este modo la trata de seres humanos y las peligrosas condiciones de viaje».
El camino de la cooperación está definido por los objetivos de desarrollo sostenible que debemos apoyar con magnanimidad y valentía, «de modo que efectivamente lleguen a incidir sobre las causas estructurales de la pobreza y del hambre, consigan mejoras sustanciales en materia de preservación del ambiente, garanticen un trabajo decente y útil para todos y den una protección adecuada a la familia, elemento esencial de cualquier desarrollo económico y social sostenibles» (Papa Francisco, 2014).
Hoy más que nunca son necesarias organización de entidad internacional que velen, luchen y traten de salvaguardar la dignidad del trabajo y de las personas que lo realizan en todo el mundo. Hoy las respuestas a los problemas planteados no se pueden encontrar de forma parcial para un país o para un continente, tendrán que ser respuestas globales o no servirán de nada. De aquí la importancia de organizaciones como la OIT.
En definitiva, en el camino de la globalización de la fraternidad nos queremos encontrar iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente con el esfuerzo de la OIT.
Organización Internacional del Trabajo, gracias.
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