Antonio Algora | Obispo emérito de Ciudad Real y responsable de la Pastoral Obrera de la Conferencia Episcopal Española.
Haciendo memoria de cómo pudo ser la redacción de un documento sobre Pastoral Obrera y con este título: La Pastoral Obrera de toda la Iglesia (POTI), por parte de la Conferencia Episcopal, hay que mirar agradecidos al Magisterio Pontificio y muy especialmente a san Juan Pablo II que, en aquellos años de las dos últimas décadas del siglo pasado, tuvo su mirada de «obrero polaco» sobre «lo que estaba pasando».
Así nos habló entonces dedicando una encíclica al trabajo humano: «Por eso, hay que seguir preguntándose sobre el sujeto del trabajo y las condiciones en las que vive. Para realizar la justicia social en las diversas partes del mundo, en los distintos países, y en las relaciones entre ellos, son siempre necesarios nuevos movimientos de solidaridad de los hombres del trabajo y de solidaridad con los hombres del trabajo. Esta solidaridad debe estar siempre presente allí donde lo requiere la degradación social del sujeto del trabajo, la explotación de los trabajadores, y las crecientes zonas de miseria e incluso de hambre. La Iglesia está vivamente comprometida en esta causa, porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la “Iglesia de los pobres”» (Laborem exercens, 8).
La Conferencia Episcopal venía trabajando en sucesivas reflexiones compartidas con los agentes de pastoral, siendo sus frutos los documentos Católicos Laicos Iglesia en el Mundo, La Caridad en la vida de la Iglesia, La Iglesia y los Pobres y La Pastoral Obrera de toda la Iglesia (noviembre, 1994). Un estilo de trabajo en la pastoral de los Obispos que nos permitía encarar las realidades sociales consecuencia de la «globalización» en la que estamos inmersos.
«Conscientes de la situación por la que atraviesan los trabajadores, y animados por las personas y grupos que prestan su servicio en la evangelización del mundo del trabajo, nos decidimos, hace ya tiempo, a abrir un proceso de reflexión sobre la Pastoral Obrera, que debía confluir en una Asamblea Plenaria dedicada a este tema (POTI 2).
Además «las crisis» y las salidas siempre insuficientes han sido, en estos veinticinco años de vertiginosas trasformaciones, una llamada constante sentida en la Iglesia para acompañar, lo diré con palabras del papa Francisco refiriéndose a los emigrantes: «Acoger, proteger, promover e integrar», en definitiva, mantener viva la atención sobre la realidad del mundo del trabajo en sus, ahora más que nunca, formas de vida de ese día a día marcado por la pérdida de derechos laborales, la precariedad, la exclusión y la caída en la pobreza extrema de personas y familias, y aun de poblaciones enteras.
En España se han decretado numerosas reformas laborales que han deteriorado progresivamente los derechos de los trabajadores. Dicen los expertos que las crisis económicas tienen sus raíces en múltiples variables: movimientos de capitales, consiguiente financiación de la producción, el consumo de bienes y servicios nacionales y, sobre todo, internacionales, como nos muestran los gráficos de la evolución del producto interior bruto de los países, en sus constantes picos de sierra. Algunos expertos califican de paños calientes las reformas de las condiciones laborales de los trabajadores, aduciendo que dichas reformas no resuelven el problema del paro y no logran la creación significativa de puestos de trabajo.
Ante esta tremenda complejidad de situaciones, ¿qué hemos logrado en el trabajo pastoral que se venía haciendo y que dio carta de naturaleza al documento de 1994 (POTI)?
Substancialmente, la Conferencia Episcopal asumía 32 propuestas pastorales agrupadas en cuatro apartados: 1) Presencia de la Pastoral Obrera en la vida y misión de la Iglesia. 2) Presencia de la Pastoral Obrera en la sociedad. 3) Formación de militantes obreros cristianos. 4) Extensión de la Pastoral Obrera. Las once propuestas del primer apartado: «Presencia de la Pastoral Obrera en la vida y misión de la Iglesia» dieron oficialidad a la Pastoral Obrera para toda la Iglesia y llamaron a la acción a todos los miembros del Pueblo de Dios para estar atentos a lo que está pasando y, además, por estar insertos en esas cuatro quintas partes de la población que trabaja por cuenta ajena.
Metidos en la brega de extender, en los primeros años de los 90 del pasado siglo, los equipos parroquiales de Pastoral Obrera y su participación, junto a los movimientos apostólicos obreros, se logró la instauración de las delegaciones y secretariados diocesanos que, con su organización y tareas, han sido eficaces para extender la Pastoral Obrera en la Iglesia.
Ya desde los primeros años, surgió la cuestión de qué abarca hoy el concepto «obrero», la cuestión de quién se siente hoy «obrero». Que nos hizo ver, efectivamente, qué cambios se han producido en nuestra sociedad y cómo se han trasformado las condiciones laborales y los hábitos en la producción y en el consumo, en cómo afecta a la persona del trabajo y a las clásicas relaciones de solidaridad que caracterizaron al movimiento obrero en el pasado.
Desde este ángulo de visión estamos coincidiendo con las demás voces que desde dentro y fuera de la Iglesia estamos hablando del «cambio antropológico» que se ha producido en nuestra sociedad, pues efectivamente la omnipresente «matriz cultural», que ha extendido este sistema económico social que abarca todos los ámbitos de la persona, hace que estemos envueltos en la rueda de la producción y el consumo, forzados a lograr los medios económicos, siempre insuficientes, para satisfacer unas necesidades que se nos crean y que se hacen imprescindibles, cuando en sí mismas no lo son.
La persona del trabajador, varón y mujer, desigualmente tratados, quedan sujetos a la tiranía de unos estilos de vida imposibles de mantener por buena parte de la población, que sucumbe ante el señuelo de una riqueza que parece estar al alcance de todos y que le reduce a ser un individuo, hasta culpable, de las horas que no puede echar en cualquier clase de empleo, precario, mal remunerado, sin continuidad ni estabilidad suficientes para proyectar una familia, un techo, unos hábitos de vida verdaderamente humanizadores.
La Iglesia está llamada a denunciar los mecanismos de este sistema que mata –como gráficamente describe el papa Francisco– y anunciar ofreciendo una «nube de testigos» que viven libres de esta corrupción de la vida humana y que crecen continuamente en solidaridad con sus hermanos y hermanas del trabajo.
***
Artículo publicado en la revista Noticias Obreras. Noviembre 2019 (nº 1622).