✠ Abilio Martínez Varea
Obispo de Osma-Soria
Cuando en el año 1955 el papa Pío XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro del Vaticano, instituyó la fiesta litúrgica de san José Obrero como patrono de los trabajadores pidió que “el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también guardián de vosotros y de vuestras familias”.
Mucho más cercanas en el tiempo resuenan en nuestros oídos aquellas palabras pronunciadas por el papa Francisco el año pasado con ocasión del 1º de mayo, Jornada mundial del trabajo: “Es necesario promover un modelo de desarrollo que respete la dignidad humana, las normas laborales y el medio ambiente”. No en vano, el desarrollo sostenible y el trabajo constituyen una referencia doctrinal constante en la enseñanza del Pontífice.
Para entender bien las afirmaciones que sobre el trabajo y la dignidad humana nos ofrece la Doctrina Social de la Iglesia es necesario remontarnos al n. 34 del documento conciliar Gaudium et spes; allí se afirma que la persona “recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene; de esta forma, los hombres y mujeres, mientras procuran el sustento para sí y para sus familias, realizan su trabajo de manera que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, sirviendo al bien de sus hermanos”.
Quiero recoger en la víspera del Día del trabajo algunas de las consecuencias que se derivan de la condición del hombre considerado como sujeto del trabajo: El trabajador siempre es persona, sea cual sea la acción que realiza en el proceso del trabajo. Toda su actividad debe servir a la realización de su “humanidad”, al perfeccionamiento de su vocación como persona. Quiero destacar como muy importante esta cita del magisterio de san Juan Pablo II: “El trabajo está en función del hombre, no el hombre en función del trabajo” (Laborem exercens n. 6). No se puede hacer del hombre un objeto, valorarlo en función del trabajo que realiza o hacer del trabajo una especie de fin último.
Asimismo, el trabajo no es una especie de mercancía que el trabajador vende al empresario. La Iglesia siempre ha sostenido que el trabajador nunca puede ser tratado como una mera herramienta, ni el trabajo como una mercancía cualquiera. Dentro de la situación que afecta a los trabajadores en general hay que tener muy en cuenta a aquellos que más sufren la precariedad: j0venes, mujeres y migrantes. El empeño por el trabajo digno y la dignidad del trabajo es una labor propiamente eclesial. Unirse a la iniciativa Iglesia por el trabajo decente no es una cuestión de menor importancia o colateral a la tarea de la Iglesia; es comprometerse con las situaciones y problemáticas que vive el mundo de los trabajadores.
Creo que el papa Benedicto XVI expresó, con la claridad que le caracteriza, las condiciones para que un trabajo pueda ser calificado de decente: “Un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación” (Cáritas in veritate n.63) Pido al Señor que el trabajo sea un bien real para todos. Que sea digno y santificador, ocasión de entrega a los demás. ¡Feliz fiesta del trabajo! Con mi bendición afectuosa.