Opinión | Un Primero de Mayo que nos llama a la justicia social

Francisco Javier Alonso y Tamar Arranz, representantes de Iglesia por el Trabajo Decente. Presidente de Justicia y Paz y técnica de Economía Solidaria de Cáritas, respectivamente. Publicado en la revista Ecclesia (pdf).

Este Primero de Mayo nos llega a las entidades y personas que integramos Iglesia por el Trabajo Decente con gran dolor y tristeza por la enfermedad y la muerte de tantas personas por la pandemia, así como el dolor de familiares que no han podido acompañarlas en sus últimos momentos. Y sentimos una gran gratitud a todo el personal sanitario, científico, de emergencias, suministros y de cuidados que contribuyen a sostener la vida.

También estamos asistiendo con especial preocupación a como esta crisis sanitaria está dando lugar a una crisis social. Son las personas más vulnerables las que están sufriendo las peores consecuencias de la misma. Día a día son más las personas que ven agravada su situación de exclusión o caen en la misma. Conocemos personas que no pueden hacer frente al confinamiento en sus hogares de forma adecuada, sufren violencia o no tienen hogar. Demasiadas personas no tienen acceso a los apoyos y recursos básicos que les ayudaban a sobrevivir. Muchas personas han perdido sus empleos y en muchos casos no cuentan con prestaciones ni subsidios por desempleo. Son ellas las que están viviendo las consecuencias más profundas de la crisis y las que las sufrirán de forma más prolongada.

Las cifras en estos días muestran como más de 1 millón de personas paradas no reciben ninguna prestación ni subsidio por desempleo. Son muchas más las que están sin contabilizar en las cifras oficiales, ya que estaban ejerciendo su actividad en la economía sumergida, han perdido sus empleos y no cuentan con ningún tipo de ingreso. Son personas a las que se ha dejado fuera de las medidas adoptadas para paliar los efectos de la paralización del mercado laboral.

Además, los datos muestran de nuevo como la crisis está afectando principalmente a los empleos más precarizados, ya que la destrucción de empleo se concentra en los contratos temporales. A ello se unen el drama del desempleo registrado que es la punta del iceberg de una crisis del empleo mucho mayor; que no computa los trabajos no reconocidos, ni el empleo suspendido por expedientes de regulación temporal. El empleo que en primer lugar se ha destruido es el más débil, el que carece de redes de protección social. Por ello, a todas las personas que han visto reducidos sus ingresos, incluso hasta límites que no garanticen el mínimo para vivir dignamente, se suman las que no cuentan con ningún tipo de protección.

El mundo del trabajo se está viendo especialmente afectado por la crisis y la poca calidad de nuestro mercado de trabajo, caracterizado por la precariedad, así como la debilidad de nuestros sistemas de protección social, no han hecho más que acentuar sus efectos. No cabe duda de que la crisis laboral y económica habría tenido un menor impacto, sin la indecente precariedad laboral, ese “virus” que caracteriza el sistema de relaciones laborales, que lesiona los derechos de las personas trabajadoras y de sus familias; si la sanidad y el conjunto de políticas sociales hubieran contado con los recursos que necesitan y que fueron recortados como consecuencia de la anterior crisis financiera.

También estamos asistiendo a una respuesta masiva por parte de la sociedad, una respuesta que pone en valor la importancia de la comunidad. Muchas personas, en esta crisis, han sacado lo mejor de ellas mismas. Han situado la solidaridad en el centro, han sentido el dolor ajeno como propio. Se ha hecho realidad la sentencia de Terencio: “Homo sum: nihil humani ad me alienum puto”.

Sentir lo común, lo que nos une es el único camino de progreso social. Ante situaciones de extrema necesidad, hemos sido conscientes del valor del apoyo mutuo. Y tantas muestras de solidaridad, no solo desde la Iglesia católica sino también desde el conjunto de la sociedad, son el mejor ejemplo de que el mal llamado “egoísmo ilustrado” no es la solución a esta crisis.  Nuestra vulnerabilidad, personal y colectiva, requiere el compromiso de las administraciones, de la ciudadanía, de la vecindad y de las pequeñas redes de apoyo.

Esta crisis debe servir para consolidar el derecho a una vida digna de todas las personas, derecho a «vivir», derecho a participar, derecho a estar incluida en la comunidad. Debemos fortalecer los lazos de compromiso en la ciudadanía con las suficientes garantías de que no retrocedan los derechos. La solidaridad debe ser una responsabilidad colectiva, no beneficencia.

Es una exigencia de justicia y de garantía mínima de los derechos humanos que se articulen e impulsen todas las medidas necesarias para que esto no vuelva a pasar y para apoyar y amparar a las personas más afectadas. Y para ello, las administraciones públicas, como garantes de los derechos de todas las personas, deben intensificar las medidas económicas excepcionales que sean precisas, así como activar todos los sistemas de protección social que permitan no dejar atrás a ninguna persona.

El capitalismo que produce tanta pobreza y exclusión precisa de un giro copernicano. El evangelio y la aplicación de las enseñanzas de la Doctrina social de la Iglesia ayudarán, en diálogo y colaboración  con otras religiones y culturas, hacia la consecución de un futuro viable para nuestro planeta, para llegar a otro paradigma de vivir, producir, distribuir y consumir en este mundo globalizado amenazado en su supervivencia por enormes problemas que afectan a la humanidad.

Una reforma del sistema financiero y monetario internacional es imprescindible para frenar los excesos y perversiones de un sistema económico que se ha convertido en muchos aspectos en enemigo de la humanidad, de la paz y de la justicia. Hay que salvaguardar la dignidad de la persona sobre el capital, y  el trabajo digno y la fraternidad sobre la eficiencia y rentabilidad económica.

Ni siquiera lo que podamos hacer en España es suficiente. La pandemia es un problema global que requiere soluciones globales. Urge  pasar de una sociedad internacional, donde cada país busca sus propios intereses, a una comunidad internacional donde las naciones cooperen por el bien común. Necesitamos también una Europa más cohesionada y comprometida con los derechos sociales.

Creemos que el trabajo decente es la piedra angular de la sociedad que hoy más que nunca necesitan España y todo el mundo.

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