Carmen Galante, en representación de la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente. Responsable de Social del Área de Justicia y Solidaridad de la CONFER. Publicado en la revista Vida Nueva.
“En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo”. (Fratelli tutti, 162).
Ante una nueva Jornada Mundial por el Trabajo Decente (7 de octubre) nos preguntamos una vez más: ¿cuánto de nuestro trabajo se reduce a una forma de “ganarse el pan” y cuánto nos ayuda al crecimiento personal y social?.
¿Cómo se puede estar negando esa dimensión irrenunciable del desarrollo en nuestra sociedad, privando de la posibilidad de trabajar a gran número de personas, entre ellas a los más jóvenes?.
Sin olvidar que no siempre contar con un puesto de trabajo garantiza la posibilidad de una vida digna, ya que en bastantes ocasiones el trabajo es tan precario que no permite ni si quiera cubrir las necesidades básicas.
Nos encontramos con amplias capas de la población expulsadas del mercado laboral, siendo cada vez más difícil acceder a un puesto de trabajo y lograr mantenerlo en condiciones dignas; un sistema de protección social muy débil basado en lo asistencial y alejado de la promoción de la persona; y una cada vez mayor inequidad en el acceso a determinados bienes, servicios e incluso derechos básicos.
Nuestro actual sistema socioeconómico está generando cada vez mayor pobreza, injusticia y desigualdad, al centrarse en la consecución del beneficio económico y al relegar a las personas a ser un simple medio para lograr este objetivo, creándose, en palabras del papa Francisco, “la cultura del descarte”.
Se está configurando una sociedad cada vez más desigual y en la que la salida de la crisis, agravada por la pandemia que estamos viviendo, y la recuperación económica sigue sin llegar a una parte amplia de la población, siendo muchas las familias y personas que actualmente se encuentran en situación de exclusión social.
Las largas jornadas o el encadenamiento de varios empleos, cuando se encuentran, para poder cubrir las necesidades básicas, lleva a situaciones en las que la conciliación familiar es tan sólo una quimera, el crecimiento personal o el establecer o cultivar las relaciones se hace casi imposible, por ello reclamar “ahora más que nunca trabajo decente” es abogar por que cada persona, realmente, cuente con un empleo que le permita desarrollar sus capacidades, conciliar su vida laboral y familiar, haciendo crecer el tejido social y sentirse miembro activo de la sociedad que está contribuyendo a construir.
Las organizaciones que integramos la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente (ITD) (Cáritas, HOAC, JOC, JEC, Justicia y Paz y Confer), celebramos y reivindicamos el trabajo como derecho y medio para desarrollarnos, crear y realizarnos como personas.
Tal vez conseguir que la sociedad sea un poco menos egoísta, más solidaria; que el Estado ponga todos los medios necesarios para asegurar el cumplimiento de las normativas sobre las condiciones de trabajo y prevención de riesgos laborales; que todas las personas podamos contar con un empleo de calidad, que termine con la contratación parcial y temporal; que todas cuenten con medidas de orientación y formación laboral; que se ponga fin a las condiciones infrahumanas en las que ejercen su empleo algunos colectivos; que haya un salario mínimo que se ajuste a las necesidades vitales reales;…. Tal vez sólo sea un sueño, pero un sueño que es posible y que se hará realidad si nos empeñamos en ello.